sábado, 7 de abril de 2012

TIMEFLIES.

Y con 20 años a la espalda, reconociendo que no pesan nada y que estoy muy contenta, dedico estas palabras, en el día de mi cumpleaños, a todas esas personas que día tras días han estado a mi lado, más cerca o más lejos, pero en ningún momento han aprovechado esta espalda de la que hablaba con anterioridad para clavarme un puñal, sino que me han cogido de la mano y me han hecho vivir muchísimos momentos que me han hecho crecer como persona y que me han convertido en quien soy hoy.

Echo la vista atrás y no dejo de pensar en cómo ha podido pasar todo este tiempo. Tengo la capacidad de recordar y visualizar pequeños detalles de cada etapa de mi vida y hasta llegan a mi los olores que los caracterizaban...

Cuando iba a la guardería, pasaba por un pequeño campo vallado donde habían ovejas y siempre quería quedarme a verlas, iba con mi melena lisa y diademas a conjunto con mi ropa o la coleta alta, la bolsa con el almuerzo. Mi madre siempre le decía a las monitoras que me obligaran a hacer siesta y yo quería salir a jugar. Me encantaba el edificio, era una casa que tenía una torre a la que sólo subíamos para hacer algunas actividades y recuerdo que había un póster con el abecedario y objetos cuyos nombres empezasen por cada una de las letras. En la S había una Sandía; lo recuerdo porque siempre escribía la S al revés, como si fuera un 2 y no me gustaba, quería escribirla bien. Siempre tan perfeccionista... Y tenía un patio exterior, y toda la valla estaba cubierta por enredaderas de hiedra y esa es la olor que me viene al pensar en la guarde.También recuerdo cada domingo en la Plaza de la Virgen, comprandole a la señora de pelo canoso y rizado comida para dar a las palomas. O el primer año que fui fallera, con mi vestido azul, mis manos gorditas y mi pelo rojizo. Tampoco puedo olvidarme de cómo me arranqué la trenza de hilo azul en el baño de Ibiza y la cara de espanto de mi madre al verme salir con ella en la mano.

Y siendo tan descarada como era, sólo había que verme vestida de gitana bailando una coregrafía del “Veo Veo” que me aprendí de memoria. Y si no tenía los tacones de gitana, me daba igual, que me pusieran los de fallera, pero yo tenía que ir con todos los accesorios, ¡incluido en CLAVEL!

Pasé al colegio, con mi carácter y personalidad, una personalidad que a muchos asustaba e intentaban pisotear y no dejar salir. No es que no lo recuerde como algo bonito, sino que lo recuerdo como una etapa en la que tuve que madurar antes de tiempo, tuve que aprender a ser fuerte, a no pasar por donde otros querían, a conocerme a mi misma. Sí es verdad que lo pasé mal, pero después de hace ya unos cuantos años, soy consciente de cuántas lágrimas he desperdiciado con personas que no valían la pena, con personas que sólo querían hacer daño. Fueron 8 años con algunos momentos tiernos como pre-escolar, siempre con los “plastidecor” en cuenquitos de colores (siempre los peleabamos por coger los 2 cuenquitos que tenían el color carne para poder pintar a “Pecosete y Pecoseta”), las clases de psicomotricidad, la primera obra de teatro que representé siendo Caperucita Roja, aprender las tablas de multiplicar con Paca... Los momentos que no son tan tiernos, no merecen quedar plasmados aquí, aunque aportaron a mi ser una fuerza impresionante y es que aprendí que la mayoría de gente sólo existe, eso es todo.

¡Ah! ¿Y cómo olvidar que fue en esa etapa cuando empecé las clases de ballet? Era tan pequeña y me gustaba tanto... El baile “zíngaro”, los festivales en el BINGO de la calle de la Reina con Patricia, la entrada al Conservatorio con 10 años...

Tampoco puedo olvidarme de mis 4 años y el nacimiento de mi hermano. Gracias a él, también tengo unos valores que sin él no hubiese podido adquirir. Me acuerdo perfectamente de su cara y de su bautizo (aunque eso es algo que prefiero no poner porque aún me da vergüenza), las canciones que le cantaba que eran todas inventadas y creadas por mí, con esa voz nasal que me salía porque siempre estaba con la alergia, siempre con los puños cerrados y moviéndolos como si fuera un boxeador y riéndose cada vez que le decía cualquier cosa. O lo que tampoco podré olvidar serán aquellos fines de semana o aquellas noches en que mi madre sacaba la cámara de vídeo y nos grababa... Yo era un “spice girl” total, con mis calcetines blancos por debajo de la rodilla, mi pantalón de pijama corto y la parte de arriba de un bikini. ¡Ah! Y los labios pintados, porque el maquillaje y el teléfono siempre han sido mis fuertes.

La entrada al Instituto, en cambio, la recuerdo como algo expectacular. Fue un cambio inmenso pero del que saco tantos valores y principios morales inculcados que nada de lo pasado allí querría que cambiase. Me quedo sin duda con alguno de mis amigos, esos que tanto me hacían la puñeta (y aún me la siguen haciendo cada vez que me ven), las clases que no haciamos nada y nos entraban ataques de risa que no podíamos parar, las trastadas, las fiestas de Navidad, algunos de mis profesores que siguen estando ahí... Pero sobretodo, con lo que me quedo de estos 6 años, es con todos y cada uno de los viajes: Londres, Ámsterdam, Alemania, Polonia, la beca a Oporto... Aunque estando en el instituto supere muchas pruebas también. Aprobé el mitjà, saqué notazas, entré en el conservatorio en danza española... Y del Conservatorio son tantas cosas las que podría decir, tantos momentos vividos de risa, de lloros, de enfados, de riñas, de ofuscamiento, de emociones... Y todos ellos con unas personas que hoy en día son tanto para mí que no puedo escribirlo ni plasmarlo en ninguna parte, porque es un sentimiento tan fuerte que al recordarlo se me llenan de lágrimas los ojos. Recuerdo el primer festival. El primero, primero de todos también, pero el primero ya en danza española fue tan especial... ¡Las faldas nos venían larguísimas porque las hicieron mal y no podíamos pisarlas con los zapatos para no dejar los clavos marcados y poder devolverlas! Nos reimos tanto ese día... Y en escuela bolera con el “Olé de la Curra”, ¡cómo me encantaba esa coreografía! Era especial estar allí, pasar 4 y 5 horas todas las tardes haciendo algo que me apasiona, que siento tanto y junto a personas tan especiales.

2010: fin del instituto, comienzo de la universidad. Fue un año duro para mí, perdí a alguien que era necesaria en mi vida, pues era la única que tenía y tuve en toda mi vida y a estas alturas, aún no me creo que no esté. Hay días que me cuesta no escucharla gritar mi nombre desde el bar cuando me ve por la calle o verla por casa o incluso pelearme con ella... Pero sé que está conmigo siempre, la siento; y la siento porque no dejo de acordarme de ella y mientras la recuerde siempre estará junto a mí.

Sé que después de este pequeño repaso por mi vida, habrán personas que no se habrán podido localizar, pero es que vosotros necesitais un espacio mayor.

La primera de ella es mi madre, ese gran ejemplo a seguir. Trabajadora, luchadora, fuerte, apasionada, constante... No sería quien soy si no fuese por ella. Sin todas las veces que me ha reñido, sin todas las veces que me ha dicho lo que era mejor para mí y al final, siempre ha tenido razón, todas las cosas que me ha dado. Es la única persona que sé, que siempre estará junto a mí y que realmente, todo lo que me diga o todo lo que haga será porque es lo que toca. Se lo ha quitado ella todo para poder dármelo a mí, y yo no me puedo sentir más afortunada de ser hija suya. Estoy orgullosa de ella como madre pero sobretodo como persona, porque es la persona con el corazón más grande a la que conozco y la que siempre, aunque deje que me equivoque, estará ahí, no para decirme que ya me lo había dicho, sino para cogerme de la mano y ponerme de nuevo a seguir mi camino. Gracias por haberme creado, por haberme educado junto a papá, por hacer que cada vez que esté triste, sepa que tengo razones por las que seguir.

Nunca podré dejar de agradecerte todo lo que me has dado, pero hay algo más que tengo que agradecerte. Y es que cuando más sola y más perdida me sentía, sólo lo que tú me dijeses tenía importancia y me animaste a realizar un viaje, un viaje que duraba más de lo que nunca había estado fuera de casa y que sin ninguna de las dos saberlo, aportaría a mi vida muchísimas cosas.

Era el verano de 2009, pero esas 4 semanas hicieron de mí mi resurgir. Mis ganas de volver a comerme el mundo, de saber que sólo las personas que no me querían tanto como decían eran las que me hacían sentir tan mala y cruel. Ese viaje lo tengo tan interiorizado en mí, me acuerdo tantos días, en tantos momento de él, de todo lo que aprendí, de las amistades que saqué, de cada detalle... Pero sin duda, lo mejor llegó después; él.

A ti no puedo decirte nada que no sepas ya, porque por muchas cosas que nos hayan pasado, que nos estén pasando o que nos vayan a pasar, eres el amor de mi vida. Eres el primero, el primero en muchas cosas, pero la más importante es que eres el primero en haberme dado a conocer qué es el amor. Eres la persona más importante en mi vida, la que estás ahí y la que sé que haga lo que haga, no lo hará con maldad, porque tienes un corazón que no te cabe en el pecho. Eres bueno, cielo. Eres la persona más buena que hay sobre el mundo entero y yo tengo la gran suerte de tenerte a mi lado. Gracias por existir, gracias por compartir tu mucho o poco tiempo conmigo durante casi 3 años, gracias por ser el tercer año que me felicitas en primer lugar y gracias por ser como eres, porque eso es lo que realmente me enamora más de ti, ya no lo guapo que yo pueda verte, sino lo impresionante que eres en sí.

Por último, pidiendo disculpas por haberme explayado tanto, dar las gracias a mi familia (mis tías, mis tíos, mis primos, esos amigos de toda la vida que para mí son mi propia familia) por estar siempre ahí, por esas llamadas o esas paellas que hacen que nos reunamos y podamos pasar un gran día, por sus buenos gestos hacia mí, por sus abrazos, sus caricias, su apoyo, su amor, su comprensión y su paciencia. Dar las gracias también a todos los que estuvieron en mi vida, por las enseñanzas que me regalaron, a los amigos que tuve, a los que ya no veo, a los que me fallaron y a los nuevos amigos que están siempre para echarte una mano, secar mis lágrimas, aguantar mis rollos o compartir una sonrisa. Gracias a todas las personas que de una manera u otras, aportáis a mi día a día todo lo que más puedo necesitar, desde más cerca o desde más lejos. Gracias por acordaos de mi un año más, gracias.

Bárbara.

PD: Como el año pasado, he vuelto a esperar tu llamada. Te echo de menos, pero sé que hoy, toda tu esencia de abuela estaba a mi lado.